Un manojo de crepúsculos, viene bailando por su alma
por su camisa de seda, la noche sale de farra
su melena se despeina, se enloquecen las guitarras
sus botas rugen, a un ritmo de un leguero que habla
de lejos la luna mira por entre las nubes mansas
su cuerpo vivo racimo, se deshace en llamaradas
los pájaros se retiran, celosos de tanta magia
entonces el ritmo trepa latitudes y distancias
pañuelos como palomas, vuelan por toda la zamba
tiembla la alegría, la noche, la noche se a vuelto brasa
y le suben por la sangre, un puñado de mudanzas
un fuego le envuelve el alma, un gusto de sal lo hiere
la chacarera lo apura, las estampas se suceden
entre ritmos sincopados, que emborrachan y enloquecen
su hermano Carlos lo mira, desde su eterna morada
deshojando como flores, las lágrimas de la vidala
entonces los sones llegan, en tropel de llamaradas
y al centro del escenario, con sus dos manos levantadas
El bailarin de los montes, se eleva llegando el alba
al corazón de la gente, al centro de las entrañas.
Daniel González
Viento norte santiagueño, en tu brisa traerás
música de salamanca, para que la baile Juan.
Al repique de un leguero, la mudanza brillará
a ver chango santiagueño prestame tu voluntad.
Amigos de los amigos y sencillo como el pan
gustador de vino tinto, santiagueño por demás.
Báilamelo Juan Saavedra, una trunca nada más
a ver chango santiagueño prestame tu voluntad.
La noche pide una copla con gusto a tuna y mistol
el bombo pide un malambo zapateao en sol mayor
De cada jardin que estuvo, siempre se llevó una flor
de cada pueblo un cariño, preñadito de emoción.
De la mano de su hermano, seguro lo encontrarán
hecho cruz en remolino, zapateando hasta el final.
Mario Alvarez Quiroga